Dar las buenas noches a mi hija ha cambiado con los años. Atrás han quedado los días en los que me acostaba con ella en la cama leyéndole cuentos para dormir, y luego apagaba las luces y la veía dormirse tranquilamente.
Ahora, me voy a dormir mucho antes que mi hija de 14 años. Con horas de deberes cada noche, a menudo se queda despierta hasta tarde tratando de hacerlos todos. Cuando voy a darle las buenas noches, a menudo noto que sus hombros están levantados y tensos. Recuerdo que hace unas semanas le pregunté si estaba bien y me explicó con lágrimas en los ojos que no sabía cómo iba a poder terminar todos sus trabajos escolares. Pude ver y sentir su estrés. Su cuerpo tenso por la ansiedad, su mente acelerada, mi corazón roto. Entonces, en su agotamiento y estrés, dijo que nunca entraría en una buena universidad, así que para qué intentarlo. Sólo tenía catorce años, al comienzo de su primer año, y ya se sentía abrumada.
El estrés entre los adolescentes está alcanzando proporciones epidémicas. Este estrés excesivo y prolongado afecta a sus cuerpos y a sus cerebros. Los investigadores del Centro del Niño en Desarrollo de la Universidad de Harvard descubrieron que cuando el estrés tóxico se desencadena de forma continuada durante un periodo de tiempo, puede tener un efecto acumulativo en la salud física y mental de una persona, durante toda su vida.
Como madre de dos adolescentes y un preadolescente, y como profesora de “mindfulness” que trabaja con adolescentes, veo cada día el tremendo estrés que experimentan nuestros adolescentes en sus jóvenes vidas. A menudo pido a los adolescentes con los que trabajo que hagan una lista de lo que les estresa. Los deberes, la escuela y las admisiones a la universidad son siempre los primeros de la lista. Ahora, han añadido un nuevo factor de estrés a su lista: sus teléfonos móviles, ya que admiten que su compulsión por revisar sus dispositivos, y la presión añadida que conlleva esa conectividad constante, les distrae y les provoca ansiedad.
Esta sobrecarga de trabajo escolar, la presión para tener éxito en una cultura extremadamente competitiva y su constante conectividad deja a nuestros adolescentes sin tiempo o capacidad para desconectar de sus compañeros, para relajarse y desconectar o para conectar con sus familias.
Como resultado, estamos viendo niveles récord de ansiedad, depresión, insomnio, trastornos de atención e incluso suicidio entre nuestros adolescentes. Los estudios también muestran que los adolescentes están recurriendo a mecanismos de control poco saludables, como las drogas y el alcohol, para desconectar o evitar el malestar de su ansiedad. Hay una necesidad crítica de que los padres y los hijos aprendan habilidades que no sólo les ayuden a lidiar con este estrés, sino que también les ayuden a prosperar.
“Mindfulness” es la práctica de prestar atención intencionadamente a lo que se experimenta en el momento presente, sin juzgar esa experiencia. La atención plena nos ayuda a tomar conciencia de nuestras emociones, sensaciones físicas y pensamientos, con un sentido de interés y curiosidad.
Para la mayoría de las personas, gran parte de nuestro tiempo y energía mental se gasta en pensar en el pasado o en preocuparse por el futuro. Por ejemplo, puedo tener una discusión con mi hija por la mañana, y luego llevarla conmigo durante todo el día, reproduciendo continuamente esos acontecimientos en mi mente y reviviendo esos sentimientos desagradables durante todo el día. Estos pensamientos me alejan de mi experiencia en el momento presente, me distraen de lo que estoy haciendo y son fuente de estrés y ansiedad.
Cuando llevamos nuestra atención a lo que realmente está sucediendo en este momento, ya no somos presa de las garras de nuestros propios pensamientos estresantes. Entonces podemos estar presentes para experimentar todas las alegrías de nuestro día a medida que suceden, que a menudo estamos demasiado ocupados y distraídos para notar. Y podemos experimentar los retos de la vida sin sentirnos abrumados por ellos. Se trata de un cambio radical en la forma de prestar atención y una manera increíblemente beneficiosa de reducir el estrés, fomentar la positividad y retomar el control de nuestra propia atención.
Desde la introducción de los programas de reducción del estrés basados en mindfulness en el Hospital de la Universidad de Massachusetts hace más de 35 años, los científicos han estudiado los beneficios físicos y psicológicos de las prácticas de “mindfulness” y han descubierto que la atención plena puede:
Entonces, ¿cómo practicar mindfulness? He aquí tres prácticas de mindfulness que puede realizar cada día y que le ayudarán a sentirse más tranquilo, concentrado y feliz. Los padres deberían probarlas por sí mismos para reducir el estrés parental y compartirlas con sus hijos. Recuerda que la atención plena requiere práctica: Al igual que aprender a tocar un instrumento o a golpear una pelota de béisbol, hay una curva de aprendizaje. Sigue practicando la atención plena cada día y verás cómo se despliegan los beneficios.
Un minuto de mindfulness
Al principio de cada día, y periódicamente a lo largo de la jornada, intente lo siguiente:
Respiración de globo
Pies en el suelo
A menudo les digo a mis hijos que no puedo quitarles los retos a los que se enfrentarán en su vida, pero sí puedo enseñarles herramientas para cambiar su forma de responder a esos retos. Mindfulness me ha ayudado a enfrentarme a situaciones difíciles y a personas desafiantes, y me ha ayudado a bajar el ritmo para poder estar presente y disfrutar de esos preciosos momentos que no quiero estar demasiado ocupado para perderme.
Mi hija todavía se queda hasta tarde haciendo los deberes, pero ahora, cuando entro en su habitación por la noche, a menudo la veo detenerse para respirar larga y profundamente. Sabe cómo reconocer sus sentimientos de estrés y cómo utilizar la atención plena para relajar su mente y su cuerpo. Está aprendiendo herramientas para sentarse con el malestar, para enfrentarse a los retos de la vida y para confiar en su fuerza interior para prosperar en un mundo exigente. Incluso disfrutamos juntos de la respiración, que es un momento que me detengo a saborear.